En la Semana Santa, más allá de la conmovedora historia de Jesús, sus últimos días y su sacrificio, existen relatos increíbles de las personas que lo rodearon. Desde discípulos que lo traicionaron hasta paganos y ladrones que, en sus momentos finales, vieron en él al hijo de Dios. Son historias de imperfecciones humanas tejidas con hilos de fe inquebrantable.
La lección es clara: la perfección no es requisito para ser parte de la historia más grande que nos enseña Jesús. A través de nuestras fallas y aciertos, se nos invita a ser fieles no solo en palabra, sino en acción. ¿Y qué acción es más noble que el amor al prójimo? Este es el verdadero llamado de Jesús, uno que encontré reflejado en los rostros de jóvenes y niños esta Semana Santa.
Una de estas historias es la de un joven que, sin planes de asistir, acabó en un retiro de Semana Santa simplemente siguiendo a un amigo. A pesar de nunca haber estado antes en la Iglesia, algo lo movió a quedarse. Algo sobre ese lugar le habló, le dijo que allí, entre gente que lo aceptaba y compartía sus búsquedas, había algo para él.
Este joven, al igual que el centurión romano que reconoció a Jesús en la cruz, nos muestra que Dios nos llama de las maneras más inesperadas. Nos invita a encontrar nuestra propia senda hacia Él, no importa cuán torcidos sean nuestros caminos.
Así, en los relatos de la Semana Santa, encontramos una pregunta para reflexionar: ¿qué busca Dios descubrir en ti? En las historias de amor, redención y fe, nos damos cuenta de que, aún en nuestras imperfecciones, podemos ser portadores de una luz extraordinaria.