Las lecturas de hoy reflexionan sobre nuestra identidad comunitaria como discípulos. Antes de comenzar la Cuaresma juntos dentro de unos días, nos tomamos un tiempo para apreciar lo que Dios ha hecho al darnos nuestra familia de fe. En el Levítico, Dios dice a Moisés que “hable a toda la comunidad israelita” y les dé instrucciones para vivir en el amor. Moisés transmite el mensaje -a todos y cada uno de los creyentes- de que el pueblo de Dios debe luchar unido por la santidad. San Pablo se hace eco de este mensaje, insistiendo en que somos realmente hijos santos de Dios. Como templos del Espíritu, pertenecemos a Cristo y a los demás. Esta pertenencia mutua es una bendición y un desafío. En el Evangelio de Mateo, Jesús pone un listón muy alto para la comunidad cristiana: sus seguidores deben amar no sólo a los que son fáciles de amar, sino también a las personas que nos molestan. Pidamos juntos a Dios que nos dé este tipo de amor.