Para Jesús hablar del perdón era lo más normal. La parábola que leemos este domingo, donde somos invitados a perdonar no solo 7 veces sino 70 vece (Mateo 18, 21-35) es una catequesis válida para nuestro tiempo. Aparentemente el lector pensará que quien es perdonado debe perdonar como sucede al siervo absuelto por el rey. El siervo perdonado no sabe compadecerse y olvida perdonar a su compañero, por ello los testigos de esta injusticia no pueden perdonarlo y piden al rey que haga justicia. El rey, indignado, retira su perdón y entrega al siervo a los verdugos. ¿Qué está sugiriendo Jesús? La negación del perdón pareciera la reacción más normal ante la ofensa, la humillación o la injusticia. “El que la debe la paga.” Ante los disturbios, las agresiones, las injusticias, muchos cristianos piensan que el mundo sería mejor si todo estuviera regido por el orden, la estricta justicia y el castigo de los que actúan mal. ¿Qué tipo de sociedad surge donde se elimina el perdón? ¿Haríamos más humano un mundo regido así? El perdón es lo que menos se puede esperar de quien lo vive la misericordia de Dios. Amar al enemigo, aprender a perdonar, mirar al otro con ojos distintos, son procesos que liberan a la persona del odio, del ánimo de venganza y disponen a la reconciliación. El perdón es difícil, tanto recibirlo como darlo, también el olvidar cuesta. Sin embargo, perdonar es recordar sin sufrir, el evangelio del domingo recuerda que el perdonar es fundamental porque está en el corazón del evangelio, transformándose en un estilo de vida. “Que el Señor nos enseñe esta sabiduría del perdón. Cuando vayamos a confesarnos, primero preguntémonos ¿yo perdono? Si yo siento que no perdono, no hagamos falsedad. Pedir perdón significa perdonar. Son dos cosas juntas, no se pueden separar. Al menos, perdonar por interés: si yo no perdono, no seré perdonado, al menos esto.” (Papa Francisco)