Nuestro Adviento personal: Dios viene a mí: Ante la llamada a espabilarnos podríamos pensar que solo se trata de poner nosotros algo más de empeño, de atención, de Buena voluntad en nuestra vida cristiana. Está bien ponerlo, es necesario, pero no es ni suficiente ni lo más importante. No se trata de lo que nosotros debemos hacer sino de lo que Dios hace en nosotros. La iniciativa la tiene el. El amor es suyo. Nuestra intervención es siempre segunda, en respuesta a la suya. Él es además el origen de nuestra respuesta, quien nos conoce y ama, quien comienza la relación viniendo a nuestro encuentro. Cuando en Adviento repetimos la invocación: ¡Ven, Señor! – como en el padre nuestro pedimos ¡venga a nosotros tu Reino! -, en realidad, no pedimos tanto que venga el señor – ya está en nosotros – como que cada uno de nosotros comprenda y viva la presencia y la acción amorosa del Dios que viene a nosotros. Y que de ahí surja la respuesta de corresponder a su amor, a su venida constante. San Pablo nos invita: “dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz”. Quiere decir: Rechacemos toda manipulación de la verdad, toda dominación de unas personas sobre otras, Todo lo que nos defrauda, nos decepciona y atenta contra la esperanza; y asumamos claramente las causas de la paz, de las elaciones justas, de la dignidad de todas las personas, de la verdad que nos hace libres, de los valores del Reino de Dios que ya vamos gustando y que fortalecen nuestra espera esperanzada de un Dios que viene a nosotros y desborda todas nuestras expectativas.