Nos gusta pensar en Jesús trayendo paz y alegría, sanación e inspiración mientras caminaba de pueblo en pueblo con sus discípulos. Pero en este punto del Evangelio de Lucas, se dirige a Jerusalén, donde sabe lo que se enfrentará, y su mensaje se ha vuelto más serio. El camino de la redención es difícil. Jesús sabía que había que afrontar el pecado y el mal. Nuestros propios encuentros con el pecado y el mal pueden causar división, como advirtió Jesús a sus discípulos. Oremos por la voluntad y el coraje de defender lo que es correcto, bueno y santo, sin importar las consecuencias. Tenemos una ventaja que los discípulos no tenían en este momento. Sabemos que después de la Resurrección, el Espíritu Santo descendió sobre los discípulos en lo que se describió como múltiples lenguas de fuego. Sabemos que el Espíritu Santo ayudó a los discípulos a llevar a cabo su misión, predicando el arrepentimiento para el perdón de los pecados y haciendo discípulos a todas las naciones. Podemos imaginar que la sabiduría y la fortaleza que recibieron les permitió enfrentar el pecado y el mal y que el fuego purificador pudo cauterizar la herida que les produjeron, permitiendo que comenzara la curación y la reconciliación. En el bautismo también hemos recibido el Espíritu Santo, lo que nos permite continuar en la misión de Jesús.