Nos reunimos hoy en la mesa del Señor, invitados a compartir esta sagrada comida en la que Cristo mismo nos proporciona el alimento y la bebida para consumir, el pan de vida y la copa de la eterna salvación. San Pablo nos dice que Jesús les dijo a sus discípulos que lo recordaran cada vez que celebraran la Eucaristía. Por eso hoy casi dos mil años después de la primera vez que lo hicieron sus seguidores, celebramos la Eucaristía, recordando que Jesucristo ofreció su cuerpo y su sangre para redimirnos del pecado, entregando su vida terrenal para darnos la vida celestial. Desde la antigüedad, el trigo se molía en harina y se horneaba en pan y las uvas se trituraban en jugo y se dejaban fermentar en vino. El pan y el vino se convirtieron en elementos básicos de la dieta humana, creando una comida sencilla que podía compartirse con los demás. El rey de Salem se los sirvió al victorioso Abram, acompañando el pan y el vino con un pedido de bendición de Dios. En la Última Cena, Jesús bendijo el pan y el vino y los compartió con sus discípulos como su cuerpo y sangre. Demos gracias a Dios por los dones sencillos del trigo y de la uva, que se transforman para satisfacer cada hambre nuestra, cada sed nuestra. Desde la antigüedad, el trigo se molía en harina y se horneaba en pan y las uvas se trituraban en jugo y se dejaban fermentar en vino. El pan y el vino se convirtieron en elementos básicos de la dieta humana, creando una comida sencilla que podía compartirse con los demás. El rey de Salem se los sirvió al victorioso Abram, acompañando el pan y el vino con un pedido de bendición de Dios. En la Última Cena, Jesús bendijo el pan y el vino y los compartió con sus discípulos como su cuerpo y sangre. Demos gracias a Dios por los dones sencillos del trigo y de la uva, que se transforman para satisfacer cada hambre nuestra, cada sed nuestra.