Nombramos este período del año litúrgico "Tiempo Ordinario", pero este tiempo después de Navidad no es ordinario en absoluto, porque es ahora cuando aprendemos sobre los primeros días de la vida pública de Jesús. En el Evangelio de hoy, Juan testifica que el Espíritu Santo descendió sobre Jesús cuando Juan lo bautizó, es decir que el Espíritu Santo se unió a toda la misión de Cristo. El Espíritu Santo descendió sobre nosotros también en nuestro propio bautismo. Que seamos conscientes de esa presencia divina al unirnos a la misión de Cristo durante nuestro tiempo ordinario. Tanto Isaías de la primera lectura como Juan Bautista en el Evangelio fueron bendecidos con los ojos de la fe, la sabiduría para comprender lo que estaban viendo y la voluntad para proclamarlo. A pesar de años de exilio en Babilonia, Isaías vio el día en que la salvación de Dios vendría a todo el mundo. Juan vio algo como una paloma descender sobre Jesús y se dio cuenta de que este era el Espíritu Santo. Bautizados con el mismo Espíritu Santo, también nosotros podemos ver con los ojos de la fe: reconocer al Señor en la palabra de Dios que acabamos de proclamar, en la Eucaristía que estamos a punto de compartir, y en los demás y en nuestro mundo. ¿Reconocemos al Señor como lo hicieron Isaías y Juan?