Algo que hemos aprendido con esta emergencia del COVID-19 es que todos los seres humanos, sin distinguir raza, fe o alguna otra categoría social, estamos relacionados, y que difícilmente algo existe fuera de esta realidad. La pandemia del coronavirus nos ha hecho más sensibles a cuidarnos, a cuidar también la casa que nos pertenece a todos, la tierra que ha sido creada por el Señor.
Estos días de cuarentena, una especie de cuaresma vivida por muchísimos ciudadanos del planeta, ha sido un tiempo de reflexión y cambio. Hemos sido forzados a dejar lo que aparentemente era impensable dejar, para aprender a convivir juntos con nuestros familiares en casa. Hemos aprendido a cambiar los estilos de vida del mundo moderno, sabiendo algo de la forma habitual de vida en el planeta no está bien.
Hemos aprendido que el coronavirus no puede ser destruido, sabemos que es posible impedir que se propague. Esta pandemia ha desestabilizado muchos sectores de nuestra sociedad, en el mundo, e incluso en la manera en que vivimos y expresamos la fe.
Confiamos en que esto pasará, y aprenderemos a ser mejores personas.
Esta cuarentena la vivimos en una cuaresma que litúrgicamente llega a su plenitud con la celebración del triduo pascual, esperando sea para nosotros un aliento nuevo. ¿Seremos capaces de captar la señal que el coronavirus nos está enviando, o seguiremos haciendo más de lo mismo, con actitudes inhumanas e insensibles ante los demás?
Agradezcamos a los doctores, enfermeras, personal de salud, científicos, políticos y muchos cristianos comprometidos que han dado sus vidas, y están ofreciéndose para mejorar las condiciones sociales que a todos nos pertenecen. A ellos, nuevos ángeles, personas desinteresadas por amor a nosotros sin conocernos, les agradecemos y los incluimos en nuestra oración en la pascua que pronto celebraremos.
Que el toque de las campanas para el ángelus, nos recuerde la voz del Señor que sigue llamándonos a ser mejores hijas e hijos suyos.
Dios los bendiga a todos.