Esta parábola presenta un mensaje de gran esperanza para aquellos que tienen dificultades para seguir la voluntad de Dios. El primer hijo, el que dijo que no obedecería al padre pero luego cambió de opinión, se refiere a aquellos que inicialmente rechazaron la voluntad de Dios pero luego se arrepintieron y volvieron a Él. El segundo hijo representa a aquellos que dicen ser fieles seguidores de la voluntad de Dios, pero no lo son. Este segundo hijo nos presenta una trampa muy peligrosa en la que podemos caer. Representa la disposición interior de los principales sacerdotes y de los ancianos del pueblo. Dijeron una cosa pero hicieron otra. Actuaron como si fueran justos pero no lo eran. Incluso podrían haberse estado engañando a sí mismos.
Por supuesto, hay otro escenario posible que Jesús no presenta. Idealmente, cuando el padre le pidió a su hijo que trabajara en el viñedo, él habría dicho “sí” y luego habría cumplido con su compromiso. Pero esto no se menciona porque nadie entra en esa categoría, excepto nuestra Santísima Madre. Todas las personas han pecado y todos deben arrepentirse.
Cuando miramos a estos dos hijos, debemos esforzarnos humildemente en ser como el primero. Debemos comenzar reconociendo que nos hemos negado a obedecer la voluntad de Dios de muchas maneras a lo largo de nuestra vida. Dios nos ha invitado a servirle y le hemos dicho “no”. Reconocer esto es un punto de partida esencial para una vida de verdadera conversión y servicio a Dios. Cuando no admitimos humildemente que hemos pecado, actuamos como el segundo hijo. Estamos viviendo una mentira y estamos tratando de convencernos de que somos fieles a la voluntad de Dios cuando no lo somos. Este segundo hijo representa una disposición interior muy peligrosa que debemos evitar con todas nuestras fuerzas. Es el pecado de impenitencia, un pecado contra el Espíritu Santo. Es peligroso porque este tipo de fariseísmo impide que una persona sirva verdaderamente a la voluntad de Dios.
¿A cuál de estos dos hijos te pareces más? ¿Estás muy consciente de tus debilidades y pecados? ¿Puedes admitirlos humildemente ante ti mismo y ante Dios? ¿O tiendes a presentarte como alguien santo que no necesita arrepentirse? Nunca tengas miedo de admitir tu pecado. Nunca finjas ser alguien que no eres. Nunca te dejes llevar por la superioridad moral. Todos estamos llamados a una vida de conversión continua. Ver ese hecho, admitirlo y esforzarnos por esa conversión nos permitirá ganar el glorioso Reino de los Cielos.
Reflexiona hoy sobre las muchas maneras en que inicialmente has dicho “no” a la voluntad de Dios. A veces lo hacemos en asuntos graves y otras veces lo hacemos de maneras menos serias. La humilde verdad es que todos nos negamos a abrazar plenamente la voluntad de Dios todos los días. La invitación que se nos ha hecho a obedecerle es mucho más que una respuesta en blanco y negro de sí o no. El llamado de Dios a la obediencia es profundo y es un llamado a un nivel cada vez más profundo. Sigue mirando dentro de tu alma y confiesa las formas en que rechazas la voluntad de Dios. Cuanto más claramente veas tus pecados y los confieses, más plenamente estarás en condiciones de decir “sí” a la voluntad de Dios con todo tu corazón.