“Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen, bendigan a quienes los maldicen y oren por quienes los difaman” es una invitación de Jesús de vivir según su ley de amor, no aceptando el mal, sino rechazando su poder de convertirnos en victimas amargas. Para practicar esta enseñanza de perdón, es necesario crear un espacio en nuestro corazón donde podemos recuperar nuestra tranquilidad después de sufrir una injusticia. Allá en este espacio sagrado, podemos ver la diferencia entre reacción y respuesta. Una reacción nos deja susceptible a usar la misma violencia. Una respuesta nos permite resistir la violencia, pero escoger un camino que es de Dios. Es un equilibro delicado y difícil. Por ejemplo, un trabajador mal tratado debe hacer lo posible para conseguir sus derechos, pero no con violencia. Un inmigrante amenazado por la policía tiene la responsabilidad de aclarar el trato con las autoridades, pero no con violencia. Una mujer abusada tiene que buscar la ayuda que necesita para no aceptar el papel de víctima. Y todo eso se puede hacer sin odio o retaliación, pero manteniendo su dignidad como seguidor de Jesús. Nuestro bautismo nos ha marcado como seguidores de Jesús, quien, en su agonía en la cruz, ha gritado, “Padre, perdónales”. Vivir así es verdaderamente un acto de heroísmo. Nosotros no podemos eliminar la violencia del mundo, pero si, podemos eliminarla en nuestra vida.