Desde este momento de su bautismo Jesús aparece como maestro y profeta. Jesús va a presentarse en un estilo singular, comprensivo y servicial. Al contraste con la expectativa de los judíos, Jesús se encontrará más que todo entre los débiles, entre los marginados, los leprosos, y los que la sociedad evitaba como indeseables. Y El que procede así es el Enviado de Dios… Tenemos hoy la oportunidad de pensar no solamente en el bautismo de Jesús, sino también en nuestro bautismo. Todos nosotros hemos recibido el agua y el Espíritu Santo. Y como el Padre se complacía de su hijo Jesús, así también el Padre se complace de cada uno de nosotros. Por nuestro bautismo, estamos llamados a la misma misión como Jesús: predicar el amor de Dios, curar a los enfermos, consolar a los sufridos, extender el perdón de Dios y proclamar la buena noticia de salvación… Tal vez es difícil ver nuestra vida en la luz de la misión de Jesús. Sin embargo, tenemos la misma llamada. Podemos predicar el amor de Dios en nuestro papel dentro de la familia, con los hijos, con los padres, con el enfermo, con el pariente deprimido. Nos cuesta paciencia y sacrificio, pero la única manera en que el individuo puede aprender el amor de Dios es por medio del amor demostrado por alguien que le acerca con cariño… Y todos conocemos gente enferma. Hay los que sufren enfermedades del cuerpo, pero aún más que sufren enfermedades de la mente y del alma. Hay los que viven fuera del calor de la familia; los que viven aislados por causa de la droga u otra adicción; los que se han entregado al odio y al rencor; los que faltan la autoestima; los que viven encerrados por su orgullo. Todos sufren y por nuestro amor, podemos hablarles una palabra de aliento. Así es nuestra vocación bautismal… ¡Que les pase bien este domingo!