La primera parábola habla de un pastor y su rebaño. El pastor es Cristo y la oveja extraviada es cada uno de nosotros. En la vida, ¡qué fácil es vivir con la sensación de estar perdidos! Tarde o temprano el desencanto, la decepción, pueden invadir nuestro corazón. A veces pensamos que fuera del redil vamos a encontrar la verdadera felicidad, mejor comida, mejor techo, mejores condiciones, y nos olvidamos que sólo en el redil estaremos seguros. Cristo, el pastor, guarda las noventa y nueve ovejas buenas y va a buscar su oveja perdida. Lo hace a través de sus sacerdotes. El sacerdote se alegra cuando ve que sus ovejas regresan al redil por medio de la confesión sacramental. Acudamos a la confesión. El sacerdote nos va a alimentar con la gracia santificante. En la segunda parábola, una mujer pierde su moneda. Para encontrarla, limpia, barre y busca. Así hace Cristo, cada vez que nos extraviamos. Decía San Agustín: "Nos hiciste Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti". ¡Cuánta alegría hay en el cielo por un solo pecador que se convierte en la tierra! Cristo quiere nuestra conversión.