Que gracia más grande la Iglesia nos da en estas lecturas de hoy. Es la semana antes de la Semana Santa y tenemos la invitación de acercarnos a Dios en el sacramento de Reconciliación y aceptar no solamente el perdón de Dios, sino la liberación de nuestra culpa. Vemos a Jesús, que en el Evangelio se reveló como un hombre profundamente comprensivo, hasta la exageración. Jesús creyó en Dios, capaz de hacer de la mujer una criatura nueva. Creyó en la mujer, capaz de cambiar su vida. No le hizo una pregunta indiscreta, ni le reprendió por su culpa. Vio en ella una hija perdida del padre que ya había vuelta a la vida. Una vez más, la Iglesia nos urge a aceptar este Jesús que nos invita a la libertad. No debe tener miedo. El Jesús del Evangelio es el mismo que le espera en la confesión.
La misericordia y la bondad de Dios no conocen límites. En esta parábola, Jesús da una imagen vívida de Dios y de cómo es Dios. Dios es verdaderamente más amable que cualquiera de nosotros. Él no pierde la esperanza ni se da por vencido cuando nos alejamos de él. Él siempre está al pendiente de aquellos que han cambiado de corazón y quieren regresar. Se regocija en encontrar a los perdidos y en darles la bienvenida a casa. ¿Conoces el gozo del arrepentimiento y la restauración de la relación como hijo o hija de tu Padre celestial?
“Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen, bendigan a quienes los maldicen y oren por quienes los difaman” es una invitación de Jesús de vivir según su ley de amor, no aceptando el mal, sino rechazando su poder de convertirnos en victimas amargas. Para practicar esta enseñanza de perdón, es necesario crear un espacio en nuestro corazón donde podemos recuperar nuestra tranquilidad después de sufrir una injusticia. Allá en este espacio sagrado, podemos ver la diferencia entre reacción y respuesta. Una reacción nos deja susceptible a usar la misma violencia. Una respuesta nos permite resistir la violencia, pero escoger un camino que es de Dios. Es un equilibro delicado y difícil. Por ejemplo, un trabajador mal tratado debe hacer lo posible para conseguir sus derechos, pero no con violencia. Un inmigrante amenazado por la policía tiene la responsabilidad de aclarar el trato con las autoridades, pero no con violencia. Una mujer abusada tiene que buscar la ayuda que necesita para no aceptar el papel de víctima. Y todo eso se puede hacer sin odio o retaliación, pero manteniendo su dignidad como seguidor de Jesús. Nuestro bautismo nos ha marcado como seguidores de Jesús, quien, en su agonía en la cruz, ha gritado, “Padre, perdónales”. Vivir así es verdaderamente un acto de heroísmo. Nosotros no podemos eliminar la violencia del mundo, pero si, podemos eliminarla en nuestra vida.
“Love your enemies, do good to those who hate you, bless those who curse you, and pray for those who slander you” is an invitation from Jesus to live according to his law of love, not accepting evil, but rejecting its power to turn us into bitter victims. To practice this teaching of forgiveness, it is necessary to create a space in our hearts where we can recover our tranquility after suffering an injustice. There in this sacred space, we can see the difference between reaction and response. A reaction leaves us susceptible to using the same violence. A response allows us to resist violence, but choose a path that is God's. It is a delicate and difficult balance. For example, a poorly treated worker should do everything possible to get his rights, but not with violence. An immigrant threatened by the police has the responsibility to clarify the deal with the authorities, but not with violence. An abused woman has to seek the help she needs in order not to accept the role of victim. And all of that can be done without hate or retaliation, but maintaining his/her dignity as a follower of Jesus. Our baptism has marked us as followers of Jesus, who in his agony on the cross, has cried out, "Father, forgive them." Living like this is truly an act of heroism. We cannot eliminate violence from the world, but yes, we can eliminate it in our lives.
¿Y porque eran dichosos? No era por su pobreza, sino por la sencillez de su corazón. Jesús no les estaba predicando una resignación con su pobreza, sino una declaración de la importancia de los pobres en los ojos de Dios. Ellos no debían resignarse a su estado de miseria, sino que seguir adelante con una visión de las posibilidades que tenían, como bien-amados de Dios. Era un mensaje de aliento, de esperanza y de alegría. Era un mensaje que solo ellos, los pobres, pudieron captar. Los ricos se veían justificados. Creían que su riqueza era señal de su favor con Dios. Pero Jesús estaba extendiendo a los pobres una visión inversa del Reino. En el Reino de Jesús, los que buscaban la verdad, la justicia y la compasión eran los dichosos. Este evangelio nos viene en buen momento. Vivimos en un mundo que mide el éxito por la riqueza que uno tiene. El Evangelio nos da una oportunidad para escuchar las palabras de Jesús como si fuera por primera vez. Debemos considerar nuestro corazón. ¿Somos complacidos? ¿Estamos satisfechos con los bienes del mundo? ¿O podemos ver el vacío en nuestro corazón y reconocer que necesitamos algo más? ¿Dónde estamos? Si podemos reconocer nuestra falta de compasión, de perdón y de generosidad, somos entre los pobres de la tierra. Si podemos ver nuestra necesidad de paciencia, de autosacrificio, de cambio de estilo de vida, somos entre los pobres de la tierra. Si podemos entender que hoy podemos empezar de nuevo, que podemos entrar en un camino de compasión, somos entre los pobres de la tierra. Y si podemos presentarnos antes Dios humildes y no llenos de si mismo, somos en buena condición de comenzar der nuevo. Con esta sabiduría podemos seguir adelante, sabiendo que nos encontraremos entre los dichosos del Reino.
And why were they blessed? It was not because of their poverty, but because of the simplicity of their heart. Jesus was not preaching a resignation to their poverty, but a declaration of the importance of the poor in the eyes of God. They were not to resign themselves to their state of misery, but to move forward with a vision of the possibilities they had, as well-beloved of God. It was a message of encouragement, hope and joy. It was a message that only they, the poor, could grasp. The rich were justified. They believed that their wealth was a sign of their favor with God. But Jesus was extending to the poor a reverse view of the Kingdom. In the Kingdom of Jesus, those who sought truth, justice and compassion were the happy ones. This Gospel comes at a good time. We live in a world that measures success by how rich one is. The Gospel gives us an opportunity to hear the words of Jesus as if for the first time. We must consider our heart. Are we pleased? Are we satisfied with the world's goods? Or can we see the emptiness in our hearts and recognize that we need something more? Where we are? If we can recognize our lack of compassion, forgiveness and generosity, we are among the poor of the earth. If we can see our need for patience, for self-sacrifice, for a change of lifestyle, we are among the poor of the earth. If we can understand that today we can start anew, that we can enter a path of compassion, we are among the poor of the earth. And if we can present ourselves before God humble and not full of himself, we are in a good condition to start anew. With this wisdom we can move forward, knowing that we will find ourselves among the blessed of the Kingdom.